No
merecía el mundo otra mirada tuya,
tampoco
oír otra vez tu voz. Por eso,
altísima
ya en tu soledad, renunciaste a esta vida diaria y minuciosa,
perdida
de miserias cotidianas. En ti misma vives,
ahora
ya libre de ataduras, sin el aliento oscuro y espeso de los hombres,
sin
el rencor que te he guardado hasta ayer.
Nada
te roza la mirada, ni el aire sale de tu boca cuando hablas,
tampoco
sueñas ni construyes futuro alguno.
No
estas conmigo, tampoco me has olvidado,
pero
mis manos no te alcanzan ni tu calor me dará cobijo...
Quizá
aún me quieres, no lo sé. Quizá yo eche de menos
tu
inmensa ternura, el color de tus ojos, la suavidad de tus sueños.
Sí,
te echo de menos.
Sevilla,
20 de septiembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario