No
parecía nada especial la tarde, ni el aire
tenía
este aliento que hoy me estremece,
nada
especial la ternura del aire, ni la primavera se atrevía
a
resolver secretos de alcoba.
Tan
poco especial, tan nada fuera de lo normal
que
me inventé unos besos tuyos
y
unas caricias, y también algún susurro al oído que todavía
conservo.
Veía
la tarde tras la ventana, una cristalera inmensa
me
regalaba el paisaje y la luz del campo. Todos podíamos verlo,
atados
como estábamos, estoicos y dignos en nuestra guerra.
Una guerra
larga, una guerra civil de la carne contra la carne,
la
sangre contra la conciencia; el dolor frente a todo lo demás.
La
tarde hacía más llevadera la lucha, el dolor aflojaba
y
mi alma respondía con una sonrisa mínima,
mientras
miraba de reojo el gotero incansable.
“Serán
dos años” — pensaba,
y
recomponía el ánimo con los recuerdos más dulces
y
las luces más tiernas de la memoria.
Tú
aparecías fugaz, y traías calma a un cuerpo en guerra,
este
cuerpo mío que se devoraba con tanta violencia.
“Serán
dos años” — pensaba— ,
y
luego, luego “será lo que deba ser”.
Hospital
de Castilleja
A
9 de marzo de 2012
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