Negarlo no puedo y mirar
para otro lado, tampoco. ¡Tan evidente
es tu presencia en mi vida! No puedo
negarlo.
Pero el tiempo define límites
imprecisos
para los días cobijados ya en la
memoria.
¿Cuánto hace: un año, más?
¿Dura tu ausencia más que mi empeño
en recordarte?
El tiempo me vence, cada mañana
sale victorioso del fondo de la noche
y me muestra tu sitio vacío en la
cama.
Sólo tu huella, leve arruga en las
sábanas,
como un recuerdo, con el peso
suficiente
para no ahuyentar la luz que devuelve
al mundo.
El tiempo me vence, me supera en prisas
y fechas que no reconozco ni me
interesan.
Pero su pulso es firme, marcado
implacablemente por el paso de las
horas.
Sólo me queda un reloj en marcha,
los demás los tiré a la basura el
mismo día
que nos separamos. Sólo este corazón
cuenta los momentos vividos huérfano
de todo;
sólo él lleva la cuenta de los días,
las horas,
los minutos que murieron sin verte.
Este ser extraviado, perdido en sí
mismo,
busca la ruta que le lleve a cualquier
orilla
donde tenderse al sol y superar la
muerte.
Este hombre que hoy daría su único
reloj
por volver a verte vive ya la victoria
del tiempo.
Sí, el tiempo me vence, me vence
destruyéndome
y eso es poco elegante. Sobre las
cenizas que me resumen
vivirá tu recuerdo, tu nombre, y los
besos que nos dimos,
y el roce de tus manos, y ese mar
inmenso
que era tu cuerpo - donde yo me
sumergía tan a gusto.
Tiempos de esperanza
Sevilla, 12 de agosto de 2013
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