Acaricio la piel del tiempo
y la memoria se desnuda ante mis ojos de niño.
De la mano, el tiempo me lleva
a la infancia profunda,
la que ha vigilado mis días desde siempre.
Suave es ahora la piel del tiempo,
tiene también un olor delicado
como el pecho de mi madre.
Allí me encuentro extrañamente
ajeno a un futuro que me desbordará
cuando los años se apoderen de mi vida.
Ahora un abrazo me salva
de tantos estragos. Allí,
entre sus brazos, me confío al sueño.
Al despertar, el tiempo se muestra
huraño, áspero, intransigente.
Es este ahora, al terminar este recuerdo,
cuando contemplo su cara más oscura.
pepegarciaresille@gmail.com
tiempos de esperanza
Sevilla, 10 de noviembre de 2014
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