Qué puedo decir de nuestro encuentro
de ayer...
Si la historia lo permite, diría que
ahí comienzan
las edades del mundo...todo porque tú,
en un capricho tuyo, habías decidido
que sólo mi vida era importante
y esa noche mi vida era una cita entre
muchas.
Lo sabía, sí, lo sabía. Y aún así,
me entregué
dócil como el amante olvidado
al juego de tu deseo. No imaginaba
cuánta ilusión tendría que poner
sobre la mesa
para pagar el fabuloso rescate de tu
ausencia.
Lo pagaría mil veces.
Y llegaste tú a la hora convenida en
todos los relojes,
y todas las tardes no fueron nada
al saber que descansarías conmigo
cuando el amor nos agotara.
Aquí está mi ternura, te dije,
aquí tienes mi caricia –te rozaba el
alma--,
y aquí tienes a este ser que te adora
pero no sabe explicarse.
Y sé que una duda se asomó a tus
ojos,
como inadvertida, pero pude verla.
Esta carne que ardería en mil hogueras
con sólo una palabra tuya
se rindió a tu pasión, al tacto
exigente de tus manos,
a la voz que tantas veces hirió mi
corazón...
pero ayer no, no. Anoche, tu voz no
tenía dueño,
no venía del fondo de tu alma: --era
mi corazón
quien recitaba pensamientos tuyos.
Tú ya te habias marchado, como sueles,
dejando la bandeja del café sobre la
alfombra
y un cenicero llenos de recuerdos
malolientes.
No eres el amor de mi vida,
tampoco yo contaré viejas historia en
el porche de tu casa.
Pero estos encuentros clandestinos
ponen en evidencia que el amor va
y viene cuando quiere,
pero siempre de nuestra mano.
En tiempos de la ilusión
Sevilla, mayo de 2014
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