¡Qué torpe estuve aquel día!
Lo recuerdo ahora junto a tu media
sonrisa
que no me hacía daño, pero sí
aumentaba mi desconcierto.
Estabas adorable, entretenida contigo
misma,
y mis prisas ni rozaban tu piel.
“Ven” – me decías mientras me
atabas a tu piel
con el nudo más fuerte y más suave.
“Ven”,
y yo me rendí ante la marea alta de tu
pecho.
¡Qué torpe estuve aquel día!
Yo manejaba minutos, y tú en cambio
¡tenías la eternidad en tus manos!
“Ven”, y nunca una orden fue mejor
obedecida,
“Ven” – y me conducías a lugares
desconocidos,
a roces fugaces que me quemaban el
alma.
“Ven” – y aquella urgencia que me
palpitaba,
como un chorro de amor incontrolado,
se sostenía en el aire dolorida y
expectante.
Acudía a tu llamada, ya al filo de la
inconsciencia;
y el mundo desapareció de pronto a una
orden tuya:“Ahora”
pepegarciaresille@gmail.com
En Sevilla, en los tiempos de la
incosciencia
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