Sobre la duda y por encima del dolor
cierto,
tengo tus manos entre las mías
como dos verdades indiscutibles,
interminables,
último refugio del miedo que atenaza
mi conciencia.
En ti, en tus manos, puse la vana
esperanza de no crecer nunca.
Siempre a la espera de ser adulto,
siempre a un paso de mis años.
Pero tú no sabías del dolor que me
habitaba,
y mi corazón te pedía a voces una
caricia, un beso de tus dedos.
¡Cuántas veces tus manos doblaron mi
voluntad
sólo con el tacto, sólo con la
caricia!
Mi resistencia se vencía como hoja
seca
y caía al suelo de gozo que me
preparabas.
Allí, olvidado de mi mismo, ajeno
a las pulsiones de mi carne, entrabas
tú,
tú y tus manos. No podía saber si me
arañabas el alma
o era el placer puro de tu caricia
lo que me hundía lentamente en la
inconsciencia.
No contaba el mundo, no importaban los
relojes,
la calle había enmudecido, y los ojos
vidriosos de la noche
nos acechaban sin pudor...¡Y qué!
Allí estábamos tú y yo,
amándonos en la pura inocencia,
La última sombra me despertó sobre tu
pecho,
por fin crecido, por fin despierto...no
era
ya más el eterno niño que te seguiría
pidiendo besos y refugio,
ahora te adoraba un hombre surgido de
la nada,
de la noche, obra de tus manos, de tus
caricias.
Aquí estoy, delante de ti, orgulloso
de tu obra,
sabiendo que me has creado con tus
manos.
Aquí estoy, a la espera de una orden
tuya,
cualquiera que sea. Un gesto tuyo será
suficiente.
¡No quiero ya nada más! ¡Mi corazón
no puede tener más de un dueño...y ya
no es mío!
En el tiempo del dolor
Sevilla, a 5 de enero de 2014
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