Te he visto, alta, distante, con el
aire
de quien contempla el mundo desde
fuera...
Eras tú, lo sé.
Medías la distancia entre la luz de tu
horizonte
y esta vela encendida en mitad de mi
noche.
No te lo reprocho. El amor es así. Y
lo comprendo.
Pero esa distancia me hacía verte cada
vez más lejana;
más pequeña a la vista de un hombre
que solo tiene ojos para ti.
No me mires desde esa distancia,
acércate a mí, siente mi respiración,
cuenta los saltos que da mi corazón al
verte,
no me mires desde tanta distancia.
Acércate, siente el calor de esta piel
ya seca sin tus caricias.
Acércate, mira esta carne hoy otra vez
inocente
que espera el momento del gran pecado,
el que tú me propones y yo no puedo
negar.
Ven, por favor, ven, acércate a mi
orilla
donde quiero dejar todos mis reproches,
donde morirán los recuerdos,
donde ni siquiera yo mismo dejaré una
huella...
Ven, por favor, ven, acércate a mi ser
más primitivo,
al que no tiene memoria, al que no
tiene pasado.
Acércate a este momento que tengo
ahora,
que mañana nadie sabe...
Te he visto tan alta, tan de lejos,
que me duelen los ojos de adivinarte.
Pero, ven, acércate a mí, mira en el
fondo de mis ojos
y comprende que tu noche no es más que
mi recuerdo.
Yo puedo ser el remedio para esta
soledad que te rodea
y quieres olvidar en cualquier estación
de tren,
o en cualquier esquina donde yo no te
espere.
Ven, por favor, acércate a mí
y dime todas las mentiras del mundo,
yo las creeré a ciegas.
En los tiempos de la esperanza
Sevilla, mayo 2014
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