Duda
insoportable
Nunca
llegué a la altura de tus ojos
-siempre
altísimos y lejanos-;
tampoco
supe comprender el influjo mágico de tu mirada;
pero,
cuando me mirabas, desatabas las dudas
que
poblaban mi alma y mi memoria,
todas
las verdades terribles se conjuraban para aniquilarme.
No
supe descifrar el misterioso lenguaje de tus ojos,
esculpiendo
culpas y temores sobre mi piel;
me
mirabas y abrías heridas;
apartabas
de mi tus ojos y sentía un olvido inconsolable.
No
pude aguantar el pulso de tus ojos
desnudándome
con la certeza de la luz que salía de ellos;
tu
mirada palpaba mi alma, abría puertas y ventanas
allí
donde el tiempo y el olvido habían echado la llave.
Me
veía indefenso, al descubierto, y tú sin hablar siquiera;
te
bastaba con mirarme, tampoco hacía falta que yo te respondiera.
Sólo
tus ojos, sólo eso. Así aprendías de mí,
descubrías
mi ser y lo extendías ante tu curiosidad de mujer celosa.
Pero
yo te amaba, y aceptaba aquel escrutinio silencioso;
me
parecía injusto que interrogaras de esa manera
a
quien ningún mal te hacía...Pero la verdad quedaba al descubierto,
mi
inocencia era lo último que encontraban tus ojos en mi corazón,
cuando
ya lo habías rastreado todo,
cuando
hasta la última célula de mi cerebro
te
había respondido que no, que no, que no,
que
no había en mí engaño alguno. Allí encontrabas mi inocencia,
algo
temerosa de tí, escondida de tu mirada,
alerta
ante el ataque inclemente de tus ojos.
Me
mirabas y abrías mi carne, mientra yo, desnudo,
sin
otro recurso que mi inocencia,
esperaba
paciente el fin de tanta búsqueda.
Luego,
vuelta tú a tus dudas nunca despejadas,
me
ofrecías tu voz;
y
tu voz entonces, como el mejor de los bálsamos,
iba
cerrando heridas,
suavizando
mi dolor, y yo -ya recompuesto mi ser-
volvía
a repetirte: ‘sólo te quiero a tí’.
pepegarciaresille@gmail.com
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