En manos del tiempo, mi vida pasa
por ser un continuo enfrentamiento
entre ayer y este ahora que me ata
a un mañana que ya imagino muerto.
Y no sólo la piel se arruga con los
años,
también el corazón, y los huesos,
y la voz, y la memoria...
Todo se agota y envejece, salvo el
deseo.
Ahí encuentro mi mejor yo,
a salvo del tiempo y sus miserias.
Vive fuera de los calendarios,
no atiende a enfermedades ni
catástrofes,
no pierde su brillo ante el cansancio
de los dias;
no agota su vigor ni su vigencia...
Ahí me defino, en él se perfila mi
existencia
cada día más corta. El deseo me
lleva,
somete mis dias al capricho de la
voluntad.
Me hace creer que seré eterno,
y acabo creyendo en un futuro
incalculable,
hecho de millones de goces,
sin esta herida abierta que cada dia me
recuerda
la mirada torcida de un destino que se
me escapa.
Esta herida que no cierra
está abierta como un tajo sobre mi
voluntad de vivir,
y reclama de continuo un tributo en
dolor
y en sangre que no podré pagar nunca.
Ni en todo el tiempo que me quede,
porque estoy en sus manos,
y aunque este mal que me roe hasta el
alma
se alza triunfante sobre esta carne
y estos huesos que me construyen,
cada mañana el deseo me abre los ojos.
Me llena de luz y le devuelve la vida
a un corazón que parecía a punto de
rendirse.
Bendito sea este deseo que me
sostiene...
En los tiempos de la esperanza
Sevilla, 4 de julio de 2014
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