Éramos
de luz, éramos transparentes,
radiantes
como sólo el amor
ilumina
a los suyos.
Aquella
luz obstinadamente azul
venía
de tu mirada, punzante y fría,
con
ella iluminaste la mañana
mientras
me despertabas con un beso
que
sabía a promesa. No podía el día
deslumbrar
al mundo con una claridad
tan
limpia como ésta que traían tus ojos.
Desperté
a tu lado cuando otra luz
se
amotinaba ya tras la ventana, impaciente
por
presenciar nuestro abrazo.
Celoso,
corrí a cerrarla, no quería testigos,
ni
siquiera aquel tímido amanecer
debía
contemplar nuestros cuerpos desnudos
sobre
una inocencia nunca perdida del todo.
Me
has hecho feliz esta noche, pensaba
contemplando
tu cuerpo dormido
y
radiante de puro gozo.
Había
hablado la carne su lenguaje antiguo:
caricias
minuciosas para el placer mutuo,
abrazos
tenaces creaban la ilusión de eternidad.
Me
has regalado la mejor noche
y
ahora, sin darte cuenta, me estás ofreciendo
con
tu cuerpo desnudo un despertar
que
contemplo como si fuera el último.
pepegarciaresille@gmail.com
De
vuelta a la vida
Sevilla,
4 de septiembre de 2014
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