Todo en mi cuerpo te dice 'gracias'.
Aquí estoy, entre las manos se me
escurre la vida
como si no fuera mia, como si fuera un
préstamo a devolver.
Pero no, mi vida no es un préstamo,
ni te debo nada, amada mía.
Mi vida empezó cuando tus labios
dijeron “Aquí estás, acabas de
llegar”.
Y yo era ese hombre que tú anunciabas
y presentías. Pero no había en
mi algo más que un poco de vello
púbico
y unas ganas inmensas de demostrarte
lo que tú ya sabías que no podía
cumplir.
Ay, Compañera, si tus manos me
hubieran guiado,
si tus ojos hubieran encendido la
noche,
si tus labios hubieran quemado mi piel,
ahora yo estaría besando cada paso
tuyo
sobre esta historia que hoy me lleva a
la nada.
No, no, no, no hablo de culpas.
Hablo de ti, de tu magia, de tus besos;
hablo de tu llegada, cuando la muerte
me tenía en sus brazos;
hablo de tí, de tu entrada triunfal
sin preguntar siquiera.
Recuerdo ahora tu llegada al hospital:
alta, segura,
con mi vida en tus mano y mirando con
desprecio
a toda aquella tribu de batas blancas y
nombres mayúsculos.
Y llegaste tú, definitivamente. Atrás
las gráficas,
los severos diagnósticos; olvidados
quedaron
los pronósticos reservados. Tú
estabas allí,
y un incendio se llevó por delante
aquel dolor
que me habitaba desde que tú dejaste
de mirarme.
Pero ésta es una canción de amor,
esta es una canción de amor que yo te
debo.
Cuando el mundo pensó que mi dolor se
contagiaba,
llegaron tus manos para estremecer este
pobre cuerpo que te adora;
cuando los amigos emprendieron la
huida,
llegó tu voz, llegó tu voz. Y mi
herida ya no dolía,
mi dolor se retiró ante la orden
definitiva de tus ojos.
Allí estabas: segura, y mandando
mucho,
tus manos, el tacto de tu voz cerraron
las heridas
de tanto olvido, de tanto cansancio, de
tanto cáncer envenenado.
“Aquí estoy”, y el mundo se
inclinó ante tus ojos,
y yo mismo me sentí inquieto ante
tanta fuerza.
No es mi derrota, es tu triunfo, es el
mio también
porque estás aquí conmigo. ¡Qué
puede desear más
esta carne que se consume! Estas manos
que recorrieron tu piel,
esta carne que se estremecía con una
caricia tuya,
este corazón que no reconoce otra
autoridad que tu deseo:
todos te recordamos y yo el primero.
Esta es una canción de amor, vida mía;
yo no estaba en el mundo hasta que
pusiste en mi tu deseo,
no hay en mi sino una llamada
constante,
una voz que proclama ante los oídos
del mundo
la eterna gratitud de todas mis
células, de toda mi carne.
Todo en es este cuerpo mio te dice
“gracias”.
Tiempo de gratitud
Sevilla, 24 de junio de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario