Llegaste y el hospital ya no era el
lugar donde morir.
De pronto todo era luz: habia máquinas
tremendas, tristes, incansables.
Inyectaban en mis venas venenos que
garantizaban
mi vida unos dìas mas. Las máquinas
no sienten,
no saben que ya no tengo bigote y que
ahora me gusta el te.
El gotero incansable, el médico
aseptico que me ignora,
y una interminable cadena que me ata
cada dia mas al final que todos
imaginamos.
Pero llegaste tú. Venías del fin del
mundo, desde los orígenes de mi conciencia.
Habías venido a verme desde aquella
esquina de la vida antigua,
y ya luego, junto a mi cama, yo no era
el moribundo.
No podía serlo. Estabas allí, estabas
allí...Estabas allí,
a mi lado, y el mundo no era necesario
ni suficiente,
estabas allí y aquel dolor que me
quemaba el alma y la carne
se rindió al verte, la tarde tembló
con tu voz,
con tu promesa de volver mañana, y mi
corazón no durmió esa noche.
Paseaba por los pasillos como loco
desatado sin dueño,
blasfemaba de la noche, de las horas
oscuras.
Hablaba solo y repetía tu nombre como
un mantra.
Y llegó, por fin la mañana, mi
corazón andaba
en la sala de espera como quien sabe
que el último anuncio está al
llegar...Y lo esperaba,
Pero, de pronto, tu voz, tu cara, tus
ojos,
tu sonrisa...tú entrabas en mi
habitación
alta en el mundo, segura, casi
insolente en tí misma
Me rendí al verte, tanto que olvidé
la enfermedad
que me tenía allí preso. No podía
ser. Estabas allí...
Debo admitirlo, sería tu esclavo si
me lo pidieras
hasta el fin de los tiempos. Me
entregaría a tu voz,
tu deseo sería mi orden del día,
y quien piense que me equivoco que
sepa una cosa:
ante ella entregaría no sólo la vida,
ante ella mi corazón se pondría de
rodillas
--cosa que no ha hecho nunca--.
Mas maera,
Sevilla, feria de 2014
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